“Aquel
viajero alado, ¡cuán triste y vacilante!
Él,
antes tan hermoso, ¡cuán grotesco y vulgar!
Uno
el pico le quema con su pipa humeante;
Otro
imita, arrastrándose, su manera de andar”.
(Baudelaire,
Charles., las flores del mal)
Bajo la luz del novilunio,
estamos disfrutando de una conversación simple, en la plaza principal del villorio.
La amena conversación la acompañamos de cigarrillos y copas de aguardiente. Lo
hacemos cada vez que estamos de paso en nuestro pueblo natal. El alcohol está
calentando nuestros cuerpos, mientras que en esas horas de la noche una niebla
espesa cubre la plaza principal; estamos realizando peroratas de cualquier
tipo, nuestros diálogos van cambiando de manera constante, volviendo una y otra
vez al mismo tema de partida.
Siempre me he
caracterizado por la habilidad de escuchar a las personas, el hilo de la
conversación la tenían José y Margarita. En un momento, todo se quedó en
silenció mientras que seguían la mirada a un muchacho. José, el más sobrio de
los tres, dijo: -él viene de una familia adinerada, su familia lo mandó a
varios centros de rehabilitación en Bogotá debido a su adicción a una sustancia
alucinógena- pregunté: -¿quién?
Margarita que nos acompañaba esa noche señalando dijo: - ése que va allí caminando-.
Al desviar mi mirada, no lo puede ver, ya que estaba de espaldas, vestido
completamente de negro y con una capucha: le cubría su rostro.
José continúo con
su relato: - Su familia tiene una finca en un clima templado, agradable para
pasar un buen fin de semana. Cierto día, todos estaban reunidos allí
disfrutando de un buen asado. Ellos pensaron que ya había salido del mundo de
las alucinaciones. Mi lector desconocido, nuestra existencia tiene momentos que
han de salir a la luz y, de esos instantes, se tornan no muy agradables. No
vamos a perder el hilo de esta historia, he de volver a nuestro tiempo de
partida. Margarita y yo seguíamos la conversación con nuestros ojos. Mientras
José tomaba una copa de licor, continúo con voz llena de melancolía: -él se
perdió un momento del grupo familiar, su mamá per accidens lo encontró en unos arbustos y perdido en ese mundo
quimérico. José, respiró hondo para decir: -desde ese momento vaga por las
calles del pueblo-.
Después de la
historia que contó José. Los tres seguíamos con nuestros cigarros y copas de
aguardiente. Por un momento desvié la mirada a todos lados, al instante divisé
a un hombre nuevamente vestido de negro; pero roído por el tiempo. Él,
levantaba las cajas vacías de aguardiente para mirar si aún había contenido en
ellas. No pude evitar seguir sus movimientos con mi mirada; también él
respondió a mi mirada; aún seguía con su capucha, su rostro estaba cuarteado
por una pintura blanca, mientras en su mano izquierda tenía un tarro de pegante
“bóxer” junto a su nariz.
Fin
Autor: Leonardo
Parra Acosta.
Prenovicio Orden de Predicadores, 2018
Fuente imagen: http://noestoyperdido.blogspot.com/2006/10/hijo-de-la-luna.html
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