martes, 12 de septiembre de 2017

La Paz

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Antes de empezar a reflexionar sobre la palabra PAZ, quisiera empezar por definirla o inclusive redefinirla, cuando pensamos en “Paz” quizá nos llega a la mente el típico “Pace and love – Paz y amor” que se ha utilizado a lo largo del tiempo, También podemos pensar en que el país necesita paz, que nuestra ciudad necesita paz; Pero ¿Qué es la paz? Viene del Termino en Latín (PAX) Significa un período de estabilidad es decir, sin guerra. Antiguamente estos periodos de estabilidad o tranquilidad solo podían ser resultado de un “pacto” “pago” o un “tributo”. Cuando nos detenemos a imaginar sobre la Paz, tendemos a pensar que es un momento de tranquilidad absoluta, en donde nadie nos molesta y en donde no pasa absolutamente nada. En el antiguo testamento nos encontramos quizá con una de las definiciones claras de lo que esperamos de la paz (Levítico 26, 1-13) La paz es entonces la suma de los bienes otorgados a la Justicia: Tener una tierra fecunda, comer hasta saciarse, vivir en seguridad, dormir sin temores, triunfar de los enemigos, multiplicarse, y todo esto en definitiva porque Dios está con nosotros.(1) La paz, pues, lejos de ser solamente una ausencia de guerra, es plenitud de dicha.
Ya en los comienzos de la historia bíblica Da Pacem Domine (El señor dará la paz) Este don divino lo obtiene el hombre por la oración, pero también por una «actividad de justicia», pues Dios quiere que coopere a su establecimiento en la tierra, cooperación que se muestra ambigua a causa del «pecado siempre presente. La historia del tiempo de los jueces es la de Dios que suscita libertadores encargados de restablecer esa paz que Israel ha perdido por sus faltas. (2)

Podría asociar la paz con muchos términos pero en éste caso quiero hablar rotundamente sobre una de las raíces de esa misma palabra, En latín (PAK) Significa trabajar, ensamblar. En el párrafo anterior veíamos como a pesar de ser un don que viene realmente de Dios también quiere que nosotros trabajemos por esa tan anhelada paz. Hace aproximadamente 500 años Antonio de Montesinos gritaba: “Yo soy la voz de Cristo que clama en esta isla y, por tanto, conviene que lo oigáis con toda atención. Todos estáis en pecado mortal y en el vivís y morís por la crueldad con que tratáis a estas inocentes gentes. Decid: ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tal horrible servidumbre a estos indios? ¿Con que autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas de ellas, con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumido con sus enfermedades, quede los excesivos trabajos que los dais incurren y se mueren y, por mejor decir, los matáis por sacar y adquirir oro cada día? ¿Estos no son hombres? ¿No tienen almas racionales? ¿Estáis obligados a amarlos como a vosotros mismos?”.

Quiero concluir esta corta nota reflexiva con las palabras del papa francisco en su invitación al año de la misericordia, palabras mismas que usó en el mensaje para la celebración de la XLIX jornada mundial de la paz. También nosotros estamos llamados a que el amor, la compasión, la misericordia y la solidaridad sean nuestro verdadero programa de vida, un estilo de comportamiento en nuestras relaciones de los unos con los otros. Esto pide la conversión del corazón de piedra en un corazón de carne, capaz de abrirse a los otros con auténtica solidaridad. Esta es mucho más que un “sentimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o lejanas” La solidaridad “es la determinación firma y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos”(3), porque de la compasión surge de la fraternidad La paz entonces más que un sustantivo es un verbo, la paz igual que la guerra requiere acción y una acción inmediata, que sale desde lo más profundo del corazón, que nos convierte en seres misericordiosos, que nos permite aceptar nuestras diferencias y mantener el dialogo, que nos permite cambiar el corazón, que nos mueve las entrañas para poder hacer realmente la paz. Cabe aclarar que no hay paz para un sujeto en específico, que la paz no se puede hacer solo y para sí mismo, que para hacer la paz hay que salir de nuestras comodidades, de nuestros egoísmos, de nuestras injusticias y mirar con amor misericordioso a todo aquel que como Juan dice cada día (Yo soy la voz que clama en el desierto).

video uno


Rodolfo Toro Gamba 1 Diccionario de Teología Bíblica Leon Dufour 2 Diccionario etimológico 3 misericordiae vultus

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